Doña Fidela
A continuación comparto una nota aparecida en La Voz del Interior de Junio del 2000:
RETRATOS/HECTOR GAITAN
La risa y el olvido en la historia de una vida
Sus recuerdos están llenos de risas. Mira hacia atrás, y ve a a gente reír en los teatros, en los festivales, en los hospitales. Ve reír a los niños, a los grandes, a los enfermos. Se ve reír a sí mismo. Y vuelve a reírse otra vez de sus viejas ocurrencias.
Durante muchos años, casi toda su vida, su destino fue encender la alegría. Ahora, a la distancia, aún le sorprende ese poder de sus gestos y de su voz. Entonces, cuando recuerda que después de la risa amanecía el afecto de la gente, se le mojan los ojos y la piel se le estremece.
Y cuenta de aquel mediodía cuando se iba del leprosario de San Francisco del Chañar y los leprosos lo saludaban desde las ventanas agitando pañuelos.
O de aquella mañana en la que fue al Hospital San Roque a visitar a una tía internada, y en el pasillo lo reconoció una enfermera. "Usted es Héctor Gaitán, Doña Fidela", le dijo segura de lo que estaba viendo. Y él le respondió que sí, claro. "Entonces va a actuar para nosotros", agregó ella y, de la mano, lo llevó de una sala a otra, donde estaban los enfermos. Hasta que entró en una sala de pacientes terminales y había una mujer con máscara de oxígeno. Tuvo miedo de perturbarla y quiso retroceder, pero una monja le dijo que podía contar sus cuentos igual. Y él contó uno tras otro, hasta que se armó de coraje y miró hacia la mujer: ella también reía debajo de su máscara.
Aquella mañana, Héctor Gaitán se sintió feliz como pocas veces: había nacido para hacer reír.
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Qué le pasó a Héctor Gaitán, que se quedó solo y abrumado por la adversidad, como abandonado por los duendes de la risa. Salió a los caminos para buscar una oportunidad, pero muchas noches solo encontró la intemperie y le entregó su sueño a la soledad desnuda de las calles vacías.
No quiere explicar demasiado, tal vez porque no quiere ni hurgar ni exponer heridas, y porque, después de haber vivido 70 años, se siente dispuesto a dar otra batalla y volver a despertar las risas.
Héctor Gaitán conoció el esplendor. Fue uno de los pioneros de una manera de hacer humor con cuentos de gracia criolla y con personajes que quedaron en la memoria de la gente, como aquella Doña Fidela, que casi a finales de los años '50 asomó su voz por Radio Splendid, hoy Universidad, y que luego se mudó a LV2 para acompañar a los cordobeses durante varios años.
Actuaba en teatros colmados de público y era la chispa que prendía la sonrisa en las largas noches de los festivales folklóricos: el público nunca lo dejaba abandonar el escenario y al final de cada ovación siempre le pedían un cuento, un verso, un relato más. Se presentó junto con Antonio Tormo, protagonista de aquella explosión folklórica de mediados del 1900; hizo giras junto con Jorge Cafrune; recorrió decenas de provincias, de pueblo en pueblo, donde siempre encontraba un auditorio ansioso de escucharlo. Su voz, sus personajes, se instalaron en radios de Tucumán, Salta, Chaco, La Pampa, entre tantos otros sitios.
Y ganó dinero, mucho más del que había soñado ganar cuando era empleado de correos, y dejó el puesto para salir a los escenarios: en su empleo ganaba unos nueve mil pesos por mes, mientras que en cada presentación podía triplicar esa cifra, que tan lejos ha quedado en el tiempo que es difícil dimensionar su valor.
Pero todo se evaporó. Héctor Gaitán dice que no fue la noche, ese estigma que suele acorralar a los que viven la vida de madrugada. Dice que nunca bebió demasiado. Sólo admite que las cosas comenzaron a salir mal después de que se separó de su esposa, una mujer que organizaba su trabajo y que lo acompañaba y asistía. Y también admite que sucedieron la tristeza, la soledad, el desconcierto, y que para entonces el dinero ya se le había esfumado.
Tampoco quiere hablar de los dos hijos que tuvo con aquella mujer; sólo dice que han hecho bien su vida.
Tal vez, Héctor Gaitán no puede explicarse qué pasó. De todas maneras, prefiere no hablar de sus sombras, porque, a pesar de todo, no se rinde.
Días de radio
Dice que pocos saben que en realidad nació en San Justo, en Santa Fe, y que sus padres se mudaron a esta ciudad cuando apenas tenía 1 mes de vida. Creció en barrio Alto Alberdi, cerca de El Abrojal, en un paisaje abierto lleno de quintas frescas, con veranos zambullidos en el río. Héctor era el quinto de los seis hijos de Eduardo, telegrafista de oficio, y Emilia, la madre.
Nada sucedía en su casa que hiciera presagiar su destino de escenarios, salvo la radio siempre encendida que el pequeño Héctor escuchaba fascinado, sobre todo cuando aparecía Ricardo Pimentel y sus imitaciones. El también quería imitar y solo, con una constancia inesperada, se puso a practicar horas y horas hasta que consiguió sacar algunas voces. Tenía apenas 9 años y, además de imitar, también le gustaba cantar: salía al patio con el último ejemplar de la revista El alma que canta y sus vecinos lo oían repasar una canción tras otra.
Así, el barrio supo de su vocación de escenario, y pronto lo convocaron en las fiestas de la escuela. De allí pasó a otros escenarios, y cuando tenía 13 años ya actuaba en cines de barrio y en bailes. A Héctor Gaitán lo esperaban noches de esplendor.
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_¿Cómo aprendió a manejarse en los escenarios?
_Me pusieron un micrófono adelante y ahí tuve que arreglármelas solo. Todo lo hice por intuición, nunca fui a aprender nada, ni siquiera teatro, pero me las compuse para caminar en los escenarios. Hasta creo que muchos aprendieron de lo poco que sabía yo.
_¿Qué es lo mejor que rescata de aquellos años de esplendor?
_A veces he llorado de emoción cuando veía que mis cuentos alegraban a personas que estaban muy enfermas, muriéndose. He tenido muchas satisfacciones y una de ellas es la de haber conocido bastante el país. Este es un país maravilloso, donde están todos los climas. Es como si la Providencia hubiera querido hacer de él un refugio para hombres de todas las latitudes.
_¿Cómo resistió en los momentos más adversos?
_Por suerte siempre tengo a mano algún verso, algún pensamiento que me ayuda a sostenerme... "No entregués tu alma maniada y vencida, a ese desaliento que apaga la vida, como la ceniza que apaga el cigarro". El que piensa que se trata de vencer o morir, difícilmente muera. El que tiene la decisión de la dignidad, nunca fracasa.
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Héctor Gaitán vive en el viejo camino a Monte Cristo, una casita junto a una carbonería que le presta un familiar. No quiere hablar de pobreza ni de necesidades, tampoco pide nada; sólo quiere otra oportunidad de hacer reír, de emocionar.
Por eso, cada mañana se levanta y en soledad se pone a recitar versos que su memoria ha atesorado durante décadas, así como repasa cuentos e imitaciones. Y para explicar la dignidad, el tesón que lo alienta, recurre a esos poemas. Mientras tanto, lejos del olvido, ríe; es que sus recuerdos están llenos de risa, de la risa de la gente.
Alejandro Mareco
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Doña Fidela - El festival de la risa
Lado A:
Fidela en Boca Juniors (relato)
Tiempo de los bárbaros (corrido)
Lado B:
Asador de antaño (relato)
Doña Fidela (Ranchera)